viernes, 12 de noviembre de 2010

Cuadernos 126 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y NUEVE

Cuadernos 125 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y OCHO
Interprete de los sentimientos de mis colegas al paso que expresaba los míos delante de los inanimados restos de La-Gasca, en el acto de pronunciar su elogio fúnebre, hice la proposición de erigir un monumento público que eternizase su memoria: la propuesta fue acogida por todos los concurrentes y votada por unanimidad con el mayor entusiasmo en la primera sesión que celebró esta Academia. Las circunstancias del tiempo y otros obstáculos que se han interpuesto, han retardado el cumplimiento de dicha votación. Para que fuese más digno de nuestro sabio botánico el monumento que se le erigía, ha excitado esta Academia la generosidad de las corporaciones nacionales y extranjeras, de los españoles amantes de la Patria y de los sabios de otras naciones que tuvieron relaciones con él. Las contestaciones de varias corporaciones y particulares han sido muy satisfactorias y es de esperar que lo sean también las restantes, con lo que logrará Barcelona la dicha de poseer un monumento digno de los restos de este ilustre español, y la Academia cumplirá con el grado de publicar los nombres de los escritores y promovedores de tan buena obra.

Cuadernos 124 Elogio de Lagasca

ELOGIO HISTÓRICO
A
D. MARIANO LA GASCA Y SEGURA
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1776 – 1839
Por el doctor Agustín Yáñez y Girona
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TREINTA Y SIETE
Por fin, fortalecido con el testimonio de una conciencia pura, vio con calma acercarse aquel instante tan terrible para los malvados, y después de haber recibido todos los auxilios religiosos, murió de una angina de pecho el día 26 de junio de 1839, a las siete y media de la tarde, a los 62 años, 8 meses y 21 días de edad.
Nuestro respetable prelado, la municipalidad de Barcelona, las Corporaciones literarias de la ciudad y varias personas distinguidas se esmeraron en hacerle unas exequias correspondientes a su relevante mérito o a lo menos las más lúcidas que permitían nuestras costumbres. Esta Academia, como la más ligada con el ilustre difunto en atención a su objeto, tomó la iniciativa y confió el elogio fúnebre al menor de sus individuos, como si la cortedad del orador debiese realzar más la brillantez del objeto que se le confiaba ensalzar. Todos los periódicos de la ciudad publicaron la relación de dichas exequias y el elogio fúnebre que en ellas se improvisó. Muchos periódicos políticos del reino y científicos extranjeros, manifestaron en diferentes términos cuán sensible debía ser para los amantes de las ciencias entre ellos el artículo biográfico, inserto por su discípulo mensual que se publica en parís bajo el nombre de Anales de Ciencias naturales (véase el número de septiembre de 1840). Los botánicos de todos los países han manifestado por diferentes conductos su dolor por el fallecimiento de La-Gasca y consignado en varias obras los resultados de su laboriosidad, como un monumento eterno de los progresos que le debió la ciencia de los vegetales. Hasta su nombre queda inmortalizado en los fastos de la ciencia. Cavanilles fue el primero que le consagró un género de plantas compuestas en los Anales de Ciencias Naturales, año de 1800, género que comprendía una sola especie americana, “Lagasca mollis”: Humboldt, Bonpland y Kunth adoptaron el género Lagasca que por último ha admitido Decandolle en su Prodomus, tomo 6º, en la tribu de las vernoniáceas, dividiéndolo en dos secciones, la una que comprende la sola especie de Cavanilles, y la otra que corresponde a Lagasca de Lessing y abraza siete especies, todas también americanas. Tiene además nuestro consocio dedicadas muchas especies, que se denominan con su nombre adjetivado o puesto en genitivo. Tales son las crucíferas Iris Lagascana que le dedicó Decandolle en el tomo 2º de su Sistema universale, indicándola como vegetal de los reinos de Valencia Murcia, descrita por nuestro sabio en su Flora Española inédita bajo el nombre de Iberis spathulata, y la koniga Lagascae de Webb (Iber hispaniense, París 1838), planta de Sierra Nevada, hallada por La-Gasca y denominada Alyssumpupureum; la cristinea Heliantheman Lagascoe Dunal, planta española, conocida por nuestro sabio y adoptada con la misma denominación en el tomo 1º del Prodomus; la leguminosa Glycine Lagascoe que se halla descrita en el tomo 2º del mismo Prodomus, y La-Gasca había remitido seca a Decandolle; la compuesta Galoptilium Lagascoe, dedicada por Hooke a nuestro sabio y admitida en el tomo 7º del Prodomus; la violariácea Mnemion Lagascoe Webb (Ibidem), planta de Sierra Nevada, descrita por La-Gasca y Rodríguez con el nombrede Viola cenisia; la borragínea Echium Lagascoe Boissier (Elechus plantarum novarum minusque cognitarum in Hispania australi collectarum. Ginebra, 1838), especie hallada por dicho autor cerca de Málaga y Alhama, que La-Gasca había visto en Cádiz, etc. etc.

Cuadernos 123 Propuesta de decoración

Reproducción virtual de la decoración propuesta para conmemorar el AÑO LAGASCA.
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Cuadernos 122 LAGASCA, BOTÁNICO AGRÍCOLA

LAGASCA, BOTÁNICO AGRÍCOLA (1)
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R. Téllez Molina
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Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, Madrid
(Recibido el 1 de octubre de 1976)
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Resumen. El autor comenta algunos aspectos de la obra de LAGASCA relacionadas con la investigación agrícola, en especial sus trabajos sobre trigos españoles.
Summary. Some aspects of the work of LAGASCA related with his agricultural researches are commented, specially those devoted to Spanish wheats.
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La tardía incorporación de los botánicos españoles a las corrientes que ya prevalecían en Europa desde hacía casi medio siglo fue, sin duda, un acicate para LAGASCA, tanto en su propia formación como en el entusiasmo que puso en su labor científica. Por ejemplo, todavía a principios del siglo XIX se carecía hasta del más sencillo catálogo sistemático linneano de las plantas cultivadas en España. Y esto era previo a cualquier intento de mejora o progreso en la producción.
Muy pronto en su vida, en 1805, a los 29 años de edad, LAGASCA publicó un artículo (2) donde describía un Triticum aragonense, de grano vestido y que, careciendo de mayor información, resulta hoy imposible situar certeramente en el género Triticum L.
Terminada la guerra de la Independencia, incorporado LAGASCA al Jardín Botánico de Madrid, y nombrado profesor y director del mismo, dio un impulso verdaderamente notable al estudio de las plantas de interés económico. En concreto en el año 1815 redactó y difundió por todas las provincias (sic) españolas un opúsculo estimulando a médicos, farmacéuticos, sacerdotes, alcaldes y público en general a recolectar variedades de trigo y enviarlas al Jardín Botánico de Madrid: este fue el comienzo de la Ceres Hispánica, uno de los más ilusionados trabajos, junto con la Flora Española.
Varios colegas de LAGASCA le ayudaron en la elaboración de la Ceres Hispánica: CLEMENTE, ARIAS, RODRÍGUEZ y otros. De ellos, el más importante y cercano colaborador fue el primero, pero, sin duda, LAGASCA fue el mentor de todos ellos.
Publicó en 1816 Genera et Specie Plantarum quae aut novae sunt aut non recte cognoscuntur donde ya estudió el género Triticum en su conjunto. Se apoyó en LINNEO y aceptó los caracteres diferenciales que éste había establecido para las especies, y asimismo aceptó algunas de las que los inmediatos seguidores de LINNEO habían agregado. Este sistema de especies, para el trigo, resultó muy descriptivo y completo. Sin embargo, al estudiar los trigos de España, y siempre fiel a la sistemática linneana, LAGASCA se encontró obligado a crear ocho nuevas especies que aparecen en las publicaciones citadas anteriormente.
CLEMENTE seguía de cerca, científicamente, a LAGASCA; en 1818 publicó un apéndice, en la edición que hizo la Sociedad Económica Matritense de la Agricultura General de Alonso de Herrera, en que revisaba la sistemática de los trigos cultivados. En este apéndice deja de lado dos de las especies creadas por LAGASCA (T. aragonense Lag. (1805) y T. spinulosum Lag. (1816)), tal vez por no ser trigos cultivados, pero recoge todas las demás y agrega seis nuevas, identificadas entre el material acumulado para la Ceres Hispánica. De todas ellas se conservan pliegos debidamente rotulados en el Jardín Botánico de Madrid.
La proliferación de especies de trigos cultivados siempre era debida a la fidelidad con que ambos botánicos seguían las definiciones linneanas. Atribuían rango específico a la ausencia/presencia y al color de las barbas, y a la ausencia/presencia de vellosidad, y al color de las glumas, aplicando esto especialmente a los trigos duros que, lógicamente, LINNEO no tuvo oportunidad de observar, pero que LAGASCA y CLEMENTE habían estudiado a fondo en sus cultivos del jardín de Madrid.
Ni LAGASCA ni CLEMENTE publicaron más sobre plantas cultivadas pasado 1818. En 1820 fueron elegidos diputados a Cortes (3), y aunque su actividad política debió ser muy reducida –de hecho ninguno de los dos figura en la vida pública en forma destacada-, LAGASCA se encuentra obligado en 1822 a abandonar el Jardín Botánico, abandonar Madrid y, aún, abandonar España en 1823. Existe un escrito de ese año, 1822, en que LAGASCA encomienda a CLEMENTE sus notas y su herbario de la Ceres Hispánica; huye de Madrid, ante la presencia del Duque de Angulema y las tropas de la Santa Alianza en España, y se traslada con el monarca y las Cortes a Sevilla. Lleva consigo el material acumulado para la Flora española, y al salir de Sevilla hacia Cádiz embarcan desordenadamente su equipaje para enviarlo por vía fluvial. En el traslado fueron saqueados o destrozados y, en todo caso, perdidos estos documentos. Por fin, el 1 de octubre de 1823, Cádiz se rinde al Duque de Angulema y los diputados pasan a Gibraltar, y desde allí a Inglaterra, comenzando un penoso exilio que, para LAGASCA, duró once años. CLEMENTE quedó en Madrid y, en 1825, es nombrado director del Jardín Botánico. Muriendo en 1826.
Pasando al siglo actual, poco antes de 1950 se convino una colaboración entre el Jardín Botánico de Madrid y el Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas. Los respectivos directores, el Profesor D. ARTURO CABALLERO y el Ingeniero Agrónomo D. RAMÓN GARRIDO, encargaron a otro colega (M. ALONSO PEÑA) y a mí el estudio y publicación de Ceres Hispánica. Después de conocer lo que existía en el jardín Botánico (herbario, láminas y legajos con multiples notas), investigamos en otras bibliotecas y archivos donde pudiera encontrarse el texto original de la obra que LAGASCA y CLEMENTE afirmaban haber concluido. No tuvimos éxito en esta búsqueda, y estamos inclinados a opinar que, en realidad, los autores no llegaron a redactar y dejar lista para publicación la referida Ceres. Así, pues, revisamos la nomenclatura de los pliegos del Botánico, reordenamos el herbario y recogimos en una publicación (4) todo lo que LAGASCA y CLEMENTE dejaron en forma manuscrita.
Casi simultáneamente el I.N.I.A. realizó otra exploración de las variedades de trigo presentes en España en los años 1950, y lo cierto es que, prácticamente, la colección que obtuvimos fue la misma que LAGASCA Y CLEMENTE lograron reunir 150 años antes. Probablemente, la distribución actual de variedades en nuestras tierras es muy distinta.
La multiplicidad de especies del género Triticum que crearon LAGASCA y CLEMENTE era correcta, si es que se siguen de cerca los puntos de vista de LINNEO. En éste, como en muchos otros casos frecuentes en España, estos aciertos no fueron desarrollados por otros investigadores ni tampoco tuvieron gran eco fuera de nuestras fronteras.
Más de un siglo después Vavilov volvió a resaltar el hecho del paralelismo sistemático de las especies dentro del género, por supuesto sin conocer la labor de LAGASCA y CLEMENTE en los trigos españoles. Sin, embargo, desde entonces se atribuye a Vavilov el principio de las series homólogas, a su vez consecuencia de las leyes de Mendel establecidas unos 50 años después de las observaciones de los dos botánicos españoles.
LAGASCA fue, pues, un botánico moderno y bien informado que intuyó hechos y leyes de alto interés científico como resultado de un trabajo intenso y enfervorizado; que desarrolló su trabajo en difíciles condiciones y que, desafortunadamente, no divulgó eficazmente su resultados.
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(1) Trabajo leído en la sesión dedicada a LAGASCA en el Simposio conmemorativo del centenario del botánico.
(2) LAGASCA, M. (1805) Caracteres diferenciales de once especies nuevas de plantas y de otras poco conocidas. Variedades de Ciencias, Literatura y Artes 2 (4): 212
(3) MESONERO ROMANOS (1926). Memorias de un setentón 1: 215. Madrid.
(4) TÉLLEZ MOLINA, R &m. ALONSO PEÑA (1952). Los trigos de la Ceres Hispánica de Lagasca y Clemente. I.N.I.A. Madrid.

Cuadernos 121 Cuento de Navidad

EN EL PESEBRE, LAVANDA SECA
(En a peseprera, espígol xuto)
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Por Chusé María Cebrián Muñoz
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Érase una vez -así comienzan los verdaderos cuentos- una niña que vivía a 53 kilómetros de la ciudad de Madrastra. Al nacer era un poco mayor que un ovillo de lana con carita de manzana espedriega. Como era constumbre, le nombraron padrinos y estos meditaron sobre qué nombre le pondrían a una “cosa” tan menuda y tan delicada. Unos días antes del bautismo todavía dudaban entre los cuatro nombres que barajaban: Marina, Escolástica, Aurora y María del Mar. Finalmente optaron por este último y todos la llamaron desde entonces Marimar. Tenía a sus padres, desde hacía tiempo, más que preocupados por su gran sensibilidad y por su precaria salud. Apenas sostenía sus diez añitos sobre unos pies diminutos. Su cuerpo, también menudo, lo coronaban dos cortinillas de pelo lacio que caían sobre sus mejillas pálidas. Ocultaba dos pequeños ojitos muy al fondo de la cara y sus labios apenas dejaban intuir una línea quebrada semidibujada entre la nada. Vestía como un chico y tenía la fuerza y el tesón de una niña. A la salida del colegio, jugaba entre la áspera maleza de Las Espeñas con los niños de su edad. También ayudaba al mosén en la misa de los domingos sin mucha convicción, mientras vigilaba las figuras de los santos apostadas a la entrada de las capillas. Le gustaba el reflejo de luz que los dos óculos de la capilla de la Virgen del Rosario mandaban al medio día sobre el retablo acristaladamente barroco de la Virgen del Mar. Parecía un juego entre hermanas, entre vírgenes. Ella soñaba a veces con la Virgen del Mar y hasta sentía el vaivén de las olas del mar sobre su almohada. Nada más empezar el otoño había comenzado quinto de primaria en el colegio de su villa natal, a la vez que habían vuelto los persistentes dolores de estómago y los vómitos. Sus padres la bajaron al médico sin resultado alguno. No tiene nada -le dijo la doctora a los padres mientras la miraba a los ojos tratando de penetrar en los pensamientos de la niña. Será tristeza o quizá esa sensación de vértigo frente al vacío de los días y la rutina de las horas -soltó a bocajarro la doctora, dándoselas de psicóloga. De vuelta a casa se entretuvo bajo la liloilera (Syringa vulgaris) de Las Acequias a recolectar flores y frutos del otoño. Su conocimiento de la naturaleza crecía día a día y, particularmente, el de las especies que crecían de forma natural en los alrededores de la villa. Sus padres no la dejaban alejarse mucho más allá de los peirones y le recriminaban su poco afán por la lectura, pero ella, que era intuitiva y curiosa, había aprendido a leer en las plantas, en los pájaros, en las nubes que traía y llevaba el viento del Moncayo, más que en esos librotes gordos y aburridos.

Aquella noche, al acostarse en la cama, puso la mano debajo de la mejilla en una posición que era una forma de acomodo y de sosiego a la vez. De repente sintió que un suave aroma llegaba hasta su nariz. Era un olor profundo y muy grato. Se incorporó del lecho tratando de adivinar el lugar de procedencia. Si acaso, serían vahos que su madre habría puesto en la habitación por prescripción médica. Sin embargo, nada vio ni nada encontró que diera respuesta a su curiosidad. Decepcionada, procuró dormir de nuevo y, al pasar la mano por la nariz tratando de arrebujarse en el lecho, volvió a sentir el aroma en su interior. Aquel olor de nuevo, aquel aroma cálido y penetrante, aquella sensación de paz y de sosiego le permitió dormir sin el más mínimo dolor y sin el más lejano temor. A la mañana siguiente continuó sintiéndose bien, y al día siguiente y al siguiente. El cambio fue radical y sus padres tampoco acertaban a explicarse lo sucedido. Pero ella volvió a hacer el recorrido del día anterior paso por paso, punto por punto, tratando de descubrir qué planta había impregnado el aroma de su mano. Miró, olfateó y probó todo tipo de bayas y frutos otoñales hasta dar con la planta que le daba aquella sensación de seguridad y tranquilidad que ella necesitaba. Su mano acarició sus espigas y al instante toda una sinfonía de aromas la inundaron de nuevo. Había encontrado el remedio para su mal en el conocimiento de la naturaleza, en la maravilla de la creación, en el don que cada día nos dan las plantas. Guardó su secreto como el que guarda el mayor de los tesoros. Nada dijo a sus padres ni a sus amigos del colegio y, sin embargo, desde aquel día tomó con más ahínco el estudio de la botánica y no descuidó sus paseos por el campo observando y clasificando plantas.

En la parroquia, un cura joven estaba preparando la Navidad con todos los niños del lugar. A la caída de la tarde otoñal, cuando el sol se descuelga suavemente sobre las serratillas de poniente y deja onduladas brumas blancas acariciando el estrecho valle del río Frasno, Marimar dejaba sus tareas y marchaba hasta los muros mudéjares del imponente templo. Tenían que hacer un belén viviente y recrear los personajes que se relatan en los Evangelios. Los preparativos fueron largos pero, por fin, todos tuvieron su papel. La escenificación de la Navidad se hizo conforme está reflejada en una pintura que cuelga de los muros de la iglesia. Se trata de un coro de ángeles en lo alto de una nube con un cartel que dice: “Gloria In Excelsis Deo”. Debajo, un grupo de pastores con instrumentos musicales adoran al Niño mientras le ofrecen un corderillo. En la escena central la Virgen y San José presentan al niño que yace sobre una inmaculada sábana blanca. Sin embargo, en la representación de ese año se hizo un pequeño cambio: el niño Jesús no dormía sobre un lienzo blanco, no. El niño Jesús apareció dormido sobre un lecho de espígol en el pesebre del portal de Belén. Solo los padres comprendieron entonces el “milagro” que se había operado en su hija. Miraron, cómplices, a su hija y le sonrieron. Con los años Marimar fue a estudiar a Madrastra. Eran las 20 horas de un 24 de diciembre de 2010 y estaba redactando una biografía del gran botánico encinacorbero, Mariano Lagasca. Sobre la mesa de su laboratorio de la Universidad de Madrastra tenía una probeta con un manojito de lavanda en su interior. Por un instante su mirada tropezó con el espliego, recordó nostálgica aquellos hermosos días de su infancia y apenas pudo contener las lágrimas. El tiempo había pasado tan rápidamente y ya habían dejado su existencia tantos seres queridos… Sonó el móvil y oyó al otro lado del auricular una vocecita tierna y tímida que le decía: “Mamá, te esperamos para cenar”. ¿Recuerdas?... es Nochebuena.*

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