jueves, 23 de septiembre de 2010

Cuadernos 118 Lagasca en la revista del Centro Aragonés de Valencia

ANTE LA PROXIMIDAD DEL AÑO DEDICADO AL BOTÁNICO MARIANO LAGASCA (2014)
José María de Jaime Lorén
[1], Pablo de Jaime Ruiz[2]
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Desde la publicación digital CUADERNOS DE ENCINACORBA, que en esta misma localidad zaragozana impulsa José María Cebrián Muñoz, se ha lanzado la idea de dedicar el próximo año 2014 a evocar la memoria y los méritos de uno de los botánicos españoles más importantes de todos los tiempos. Se trata de Mariano Lagasca Segura, quien, por cierto, pasó en Valencia una etapa de su vida que apenas conocemos, y que sería conveniente estudiar.
Efectivamente, entre la Ilustración y el Romanticismo aparece este naturalista de Encinacorba (1776), sin duda la figura más sobresaliente de la botánica española de todos los tiempos. Formado botánicamente en Zaragoza con Echeandía y en Valencia con Vicente Alfonso Lorente, conoció personalmente al célebre naturalista alemán barón de Humboldt quien admiró su habilidad en la determinación de las especies.
En 1800 se trasladó de Valencia a Madrid a pie para herborizar a lo largo del trayecto, llegando a la capital con un enorme herbario y aspecto de mendigo. Allí conoció a Simón de Rojas Clemente surgiendo entre ambos una entrañable amistad que no pudieron romper “ni la ausencia, ni las amenazas de la vil adulación, ni las vicisitudes políticas de nuestra desgraciada patria”. En el Jardín Botánico entró en contacto con Cavanilles al que causó una magnífica impresión científica, que le valió para ser considerado alumno pensionado y la comisión para recoger plantas y datos de geografía botánica.
En 1801 y 1802 Lagasca publicó diversos trabajos botánicos concibiendo la idea de elaborar la “Ceres Española” utilizando el sistema linneano, a diferencia de la “Flora Española” que había iniciado Quer en el siglo XVIII según el sistema de Tournefort. A su vez en las montañas de Asturias encontró el liquen islándico, Cetraria islandica, del que se importaban grandes cantidades para ser usado en farmacia, comunicando muchos de los datos obtenidos a su paisano y amigo Isidoro de Antillón, que los utilizó en su “Geografía de España y Portugal”.
Sus trabajos no siempre progresaron conforme a su voluntad, tal como indicaba al marqués de Rafal: “La falta de recursos para imprimir y el haberme negado el Gobierno de Carlos IV su auxilio, que imploré al efecto, han sido la causa de que no haya publicado ni aquellos mismos trabajos, que manuscritos suplían, en parte, a los discípulos la falta de libros para la enseñanza de la Botánica. No pude ni publicar un resumen por motivos que juzgo conveniente sepultarlos en el olvido”.
Tras la invasión de 1808, José Bonaparte encargó a Lagasca la dirección del Jardín Botánico de Madrid, pero el aragonés huyó a Salamanca para alistarse en el ejército español que combatía a los franceses. Terminada la guerra regresó a Madrid, donde pasó una época de penurias a causa de haber sido acusado de afrancesado e irreligioso, aunque logró la rehabilitación y el nombramiento de director del Real Jardín Botánico de Madrid, cuyo prestigio logró rehabilitar del deplorable estado en que yacía.
Publicó entonces diversas obras hasta que a finales de 1822 se trasladó con el Rey y las Cortes a Sevilla. En los trágicos sucesos sevillanos de 1823 Lagasca perdió para siempre lo más selecto de su herbario, biblioteca y manuscritos que fueron arrojados por los absolutistas al Guadalquivir. Por decreto fueron declarados traidores y reos de muerte los diputados que, como el botánico de Encinacorba, habían votado a favor de la destitución de Fernando VII en la última sesión de Cortes. A través de Cádiz y Gibraltar logró huir a Inglaterra, donde continuó sus trabajos en el Jardín Botánico de Chelsea.
Como el clima londinense no favorecía su salud, pasó a la isla de Jersey donde residiría hasta 1834 publicando diversos trabajos botánicos, hasta la muerte de Fernando VII y la consiguiente amnistía que dio la reina María Cristina. Lagasca regresó a Madrid tras recibir honores a su paso por Francia, y, pese a las intrigas de sus enemigos, fue confirmado como director del Jardín Botánico de la capital.
Cansado, enfermo y con escasos recursos económicos, a fines de 1838 marchó a Barcelona en busca de un clima más favorable, donde falleció el año siguiente.
Además del género que le dedicó Cavanilles, una veintena de especies llevan su nombre como perpetuo homenaje de los botánicos de diversos países. Es significativo que más de la mitad de los numerosos trabajos que estudian su obra, lleven la firma de autores extranjeros.
[1] Universidad CEU Cardenal Herrera. Valencia
[2] IES Francés de Aranda. Teruel